Literatura / Novedad

«La compasión es un deber del escritor»

Jérôme Ferrari presenta el Goncourt ‘El sermón sobre la caída de Roma’

Un lector español mediano tirando a bueno piensa en historias que haya leído con Córcega como escenario y ¿qué se le viene a la cabeza? ¿Astérix en Córcega? Aquello era un pedregal lleno de gente áspera y más bien susceptible. Mal destino para los legionarios romanos. «Goscinny conocía bien de lo que estaba hablando, no le salió mal. Pero diría que se quedó con la parte amable de la isla».

Jérôme Ferrari, novelista corso nacido en París, en 1968, se divierte con los estereotipos sobre su isla. «Lo gracioso es que muchos corsos se los creen, es como si aceptaran una imagen de sí mismos que les viene dada desde el continente. La sociedad cerrada en sí misma, los pistoleros, los forajidos, los bandoleros… Todo eso viene de la literatura romántica francesa del siglo XIX, pero la realidad es que Córcega, sobre todo en verano, se parece más a Ibiza que a un cuento de Maupassant».

Sí, pero en El sermón sobre la caída de Roma (Mondadori), la novela que trae estos días a Ferrari a España, hay pistolas, cuchillos y bandoleros. «Bueno, es verdad que en la isla hay bastantes pistolas per capita, no lo niego». Y hay un personaje, el parisino Matthieu, que quiere ser corso, finge incluso el acento de la isla, pero nunca deja de ser un godo, un pied noir. «Pero ese es un problema suyo. No es una tierra tan hostil con el forastero como creen en el continente. Matthieu no habla corso y eso le desespera. No entiende que no puede pertenecer a ese mundo como él quisiera pertenecer y que no pasa nada por ello».

Antes de Abu Dhabi, donde ahora reside, Jérôme Ferrari tuvo su destino en el Liceo Francés de Argel, que también aparece como escenario de El sermón sobre la caída de Roma y que, sobre todo, es la ciudad protagonista de Allí donde dejé mi alma, la novela con la que el escritor debutó en las librerías españolas, la pasada primavera. «¿Los temas que hilan mis novelas? Esas cosas se ven con la distancia, pero supongo que está la mezcla de la permanencia y el cambio, que hay un aspecto místico, pero que también lo trivial».

El sermón sobre la caída de Roma, vigente premio Goncourt, cuenta la historia de dos amigos, Matthieu y Libero, que se aburren de París y de la universidad y construyen un nuevo mundo en torno a un bar de pueblo que arriendan en Córcega. No es un bar de prostitutas, pero hay prostitutas, igual que hay locos, necios, chulos y borrachos. Y, al principio, todos se llevan bien y se divierten y se quieren a su manera. Hasta que se les agrieta el casco y la fiesta termina en tragedia o en comedia bufa.

«¿Que por qué les tiene que ir mal a los chicos? Bueno, es mi decisión arbitraria, tengo derecho a unas cuantas... Pero digamos que la novela está construida con el ciclo nacer-crecer-morir y eso me imponía este desarrollo», explica Ferrari. En la tapa de su novela se dice que ésta habla de la finitud de las cosas, cuando alguien podría pensar que, en realidad, trata sobre la permanencia: da igual la vida que quieran inventarse Matthieu y Libero, todo va a seguir igual: mal. «Las dos ideas son ciertas y compatibles. Y ése es el aspecto trágico de la existencia: el cambio continuo acaba en lo mismo. Eso aparece ya en San Agustín...».

La finitud, la permanencia, Agustín de Hipona… Por si fuera poco, Jérôme Ferrari es profesor de Filosofía en Bachillerato («doy el último año antes de la universidad, me ahorro las crisis adolescentes»). En seguida aparece junto a sus libros la etiqueta de «novela filosófica», que, a todos los que no hemos estudiado Filosofía, nos pone un poco nerviosos. «Nunca debí decir que me dedico a esto. Ahora tengo que dar explicaciones sobre la novela filosófica, que no sé bien lo que es ni me interesa demasiado. Si alguien tiene algo que decir en Filosofía, que escriba un ensayo, ¿no?». Sus chicos, por cierto, también estudiaron su carrera y salieron muy desencantados de ella. «Libero está decepcionado porque la Filosofía no está de moda en el mundo moderno y no tiene muchas posibilidades de estarlo. Yo tampoco sé si tiene mucho sentido dedicarme a ella, pero tampoco me molesta la incertidumbre».

Tiene razón: El sermón sobre la caída de Roma es una novela de personajes, tan rica en psicología que parece mentira que quepa en 174 páginas. Por ejemplo, Matthieu, al que su hermana describe como un chico que cree que el dolor desaparece con mirar para otro lado. «Lo concebí como un niño pequeño. Pero no puedo sentir antipatía por él. La compasión es un deber profesional. Lo contrario sería juzgar a los personajes, que es lo que menos me interesa en una novela».

Última pregunta: ¿y el erotismo? Porque a lo largo de la novela hay un nosequé de sordidez sexual que, vista de lejos, tiene su encanto. «Como escritor, me gusta el erotismo un poco desfasado y malsano. Me gusta el erotismo en la literatura cuando no hay un proyeto erótico, cuando surgen de él otras cosas: el deseo de dominación, el desprecio, una forma muy cándida de aprecio… por hablar de lo que pasa en este libro. Y como lector, lo mismo, sólo me gusta el erotismo si las escenas son absurdas, grotescas y pasadas de rosca... Por ejemplo, El mal de Portnoy, de Philip Roth, me encanta por lo grosero y burdo que es».